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   Cuando me toque el boleto sin regreso éste será mi adiós definitivo. Me despediré del bosque amado de mi infancia, de la lluvia perfumada de raíces y codornices. Del beso que se transformó en paloma en la estación de las hojas.  Quizás pueda acariciar la tierra y en su piel sentir el corazón del infinito. Dar gracias a la vida para luego volver al sueño eterno de las estrellas. Dos banderas amadas en el lecho de madera. El sueño de la Libertad tan sencilla y profunda como un pan repartido, como un beso de amor, así de simple y sencillo. Desearía en aquella hora decisiva no ver tantas lágrimas en las mejillas de mi hermana, testigo ella del tiempo y los sueños que un día fuimos tejiendo con nuestra Madre por aquellos caminos de álamos. El color de mis pupilas en el vuelo silencioso de los cóndores, y en el polen perfumado de las abejas el oro más preciado que encontré por los senderos del paico y la menta.
EPITAFIO
 
Amé profundamente
amaneceres o lluvias,
cada flor, cada monte,
los astros marinos
de esta inquieta eternidad,
amé la mirada de mi compañera
en el horizonte lejano;
pero me hubiese gustado
que dijeran de mí:
este hombre fue libre, confundió
las piedras del camino con tréboles,
solía perderse en el río del bosque
hacia la inmensidad del mar,
jamás vio lágrimas de niños (as) con hambre
ni guerras en el mundo sembrando desolación,
su existencia fue verde como los árboles
que despiertan perfumando cada mañana,
tuvo siempre un diálogo de mariposas
con las distancias estelares,
reconoció siempre en cada átomo
su piel inextinguible,
porque la humanidad le entregó
alas puras en la plenitud del viento.
 
 
Nicolás Liberde Llanka

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